Desde pequeño, he sentido una conexión profunda con los animales, en especial con los caballos, que para mí representan fortaleza, elegancia y nobleza. Este amor creció con los años, transformándose en un sueño: tener un caballo, cuidarlo con dedicación y transmitir ese legado a mis hijos, tal como mis padres hicieron conmigo.

Cumplir este sueño no fue fácil, ya que a veces las circunstancias no permiten asumir la responsabilidad que conlleva el cuidado de un animal. A lo largo de los años, este sueño persistió en mi mente, y después de investigar a fondo, descubrí la raza Frisón. Su historia, su belleza y su carácter me conquistaron por completo, y supe que era la elección perfecta para mi familia.

Recuerdo con cariño el día en que le mostré a mi mujer Paloma una foto de un potro Frisón que me había enviado un vendedor en Holanda. Era un ejemplar impresionante, con una mirada que atrapaba. Sin que yo lo supiera, mi mujer tomó la iniciativa y contactó al vendedor. Paloma fue la chispa que convirtió mi sueño en realidad.